28/07/2020
El Mundo • Más que juegos frente a la Covid y la crisis en barrios humildes
Jordi Ribalaygue
Lunes, 27/7/2020
Los niños llegan separados al local de la Fundación Salut Alta, en Badalona. Divididos en dos turnos por las recomendaciones sanitarias, acuden unos 60 menores que reflejan las procedencias diversas que pueblan la cima de La Salut, donde la nueva crisis hurga en precariedades preexistentes. Txell Vilaclara toma la temperatura a los pequeños antes de guiar a una decena de ellos por el barrio, para que lo exploren y se entretengan: “Tenían muchas energías acumuladas. Los hay que el confinamiento les ha sido duro: comparten piso con otra familia y les daba miedo salir de la habitación, debían estar 24 horas con un padre que maltrata a la madre o viven en pisos que no están bien. Son problemas que se han agravado y se suman a las dificultades para cubrir necesidades básicas”.
Las actividades infantiles de verano se han librado de las restricciones para contener el coronavirus en el área metropolitana de Barcelona. Los educadores defienden el rol de los campamentos para que los menores retomen hábitos y se reencuentren con amigos tras la reclusión. Las entidades juveniles cobran aún mayor valor donde la pobreza se ha agudizado: son la única evasión estival para muchos críos, brindan estabilidad a hogares que se mecen en el alambre e imparten enseñanzas a chicos que se enclaustraron con el pánico floreciendo a su alrededor.
“Trabajamos con familias que han de dedicar las energías a sobrevivir”, precisa la directora de la Fundación Salut Alta, Maria Nadeu, que palpa que las privaciones se acentuaron a raíz del estado de alarma: “Muchas se quedaron sin trabajo el primer día, sin ahorros y sin cobrar ayudas. No sabían cómo llenar la nevera. Tuvimos que repartir cerca de 30.000 euros en bolsas de alimentos, medicamentos, dispositivos… También hubo algo positivo, y es que los desahucios se paralizaron. Tenemos familias en proceso de desalojo. Saber que durante tres meses no vendrían a echarlos de casa quitó angustia. Pero ahora vuelve, porque vuelven los desahucios”.
“Tenemos muchas familias con una situación económica débil que se ha acabado de hundir”, observa Jacobo Muñoz, del Casal Infantil La Mina, en Sant Adrià, donde han distribuido tarjetas para comprar comida y tabletas para que los escolares siguieran el curso a distancia. “Ha crecido la necesidad de los niños de sentirse protegidos. Se les ha contagiado la preocupación de las familias pero, fuera de eso, nos ha sorprendido su capacidad de resiliencia”, alaba Muñoz.
Como en La Salut Alta, las actividades veraniegas se han prolongado en La Mina para compensar tres meses sin asistencia a clase. Aparte, la asociación no se olvida de los menores aislados por la Covid-19: les envía ideas por móvil para que jueguen y aprendan en casa.
“El confinamiento ha tenido consecuencias en términos formativos, el trabajo de hábitos y las relaciones. Pero el trabajo en el ocio y en grupo ayudan a recuperarlos”, aprecia Salvador Figuerola, director de la Fundación Ateneu de Sant Roc, en Badalona. La entidad ha contribuido a identificar tras los pequeños a progenitores a quienes el encierro arrebató el sustento. Ha colaborado en la entrega de menús diarios, también a quienes acuden a las actividades este julio, cuando ha servido unas 2.000 raciones.
Quienes tratan a la infancia en entornos vulnerables coinciden en que las penurias se han recrudecido. El Casal dels Infants cifra que el 71% de los hogares a los que respalda han perdido la totalidad o una parte sustancial de los ingresos. Prestó ayuda de emergencia entre marzo y junio a 1.500 menores en el Raval de Barcelona y otros barrios humildes.
“Muchos han estado encerrados en un cuarto durante tres meses. Nunca había visto tanto agradecimiento porque los trajéramos al Pirineo. Tenían necesidad de huir de Barcelona”, detecta Enric Canet, director de relaciones ciudadanas del Casal dels Infants. Ha compartido estancia con los grupos que se han turnado en la montaña. “Hemos sufrido por si teníamos contagios, pero hemos tenido suerte”, celebra.
Los educadores han lidiado con el miedo de los padres al virus. “Hay niños que no salieron de casa hasta que empezamos las actividades de verano. Unos pocos no han venido por temor a contagiarse. Hemos dedicado energías a rebatir informaciones falsas”, afirma Nadeu.
Las entidades tampoco son ajenas a las estrecheces de un verano inaudito. La Fundación Salut Alta no ha cobrado a las familias y recaba donativos para sostenerse. El Casal Infantil de La Mina ha avanzado 5.800 euros de próximos trimestres para cumplir con las medidas de seguridad. Asegura que el Ayuntamiento de Sant Adrià le canceló una ayuda y desconoce cuándo la Generalitat reembolsará el gasto. “La administración promete, pero han sido entidades y personas cercanas las que nos han salvado para abrir puertas”, recalcan en el Ateneu de Sant Roc.
>>Veure a https://www.elmundo.es/cataluna/2020/07/27/5f1ee880fdddff16a48b4602.html
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